Buenismo

El Ventano
Se entiende por buenismo algunos esquemas de actuación política y social cuyo eje fundamental es la puesta en práctica de programas de ayuda a desfavorecidos, y cuya base es un simple sentimentalismo sin ningún tipo de autocrítica por los métodos usados ni los resultados obtenidos. No está muy claro quién ni cómo se acuñó el término. Se popularizó durante los años de presidencia de Rodríguez Zapatero, generalmente como censura a su forma de gobernar, por lo que no sería descabellado situar su origen en círculos de la derecha.

Lo que nos interesa es analizar si el buenismo es viable como método de hacer política o, por el contrario, limita a ésta o incluso es contraproducente. Quede claro por anticipado que en este artículo no se considera buenista a la persona que, por propia elección, decide implicarse en programas de ayuda de ONG u organizaciones similares. Presuponemos que esta elección implica la meditación previa sobre las ventajas e inconvenientes de la acción directa, a pie de calle, frente a la acción política, más táctica y estratégica. El artículo pues se centra en los buenistas que eligen el camino de la política, único contexto donde la definición cobra sentido.

Echemos mano para nuestro análisis de algo tan cercano como nuestra propia realidad actual, con un sistema económico en su enésima crisis y cientos de personas necesitadas que requieren medidas urgentes. La solución propuesta por el buenista es rápida y obvia: pan y cobijo para todos, las mujeres y los niños primero. Y nadie le negará la razón, a problemas urgentes medidas urgentes. Como el bombero que acude raudo a combatir las llamas, una vez apagadas el buenista volverá a su cuartel a esperar la siguiente emergencia. Podemos considerar que es un enfoque loable, ciertamente, pero ¿soluciona el problema? Obviamente no. Se limita a actuar sobre los síntomas, como el médico torpe que ante la fiebre provocada por la infección sólo atina a recetar aspirinas. El buenista rehuye la meditación sobre las causas, su análisis y disección, sea por la magnitud de la tarea (problemas complejos) o simplemente porque no los ve, ni los intuye, lo que denota conformismo con el funcionamiento del sistema (las cosas son así), esperando que éste cambie y el problema se solucione por inercia. El buenista no propone, quizás ni siquiera sospecha, que puede haber alternativas. Vemos claramente que desde este punto de vista el enfoque buenista es nocivo para la acción política. El buenista tenderá a aplicar paños calientes antes que a dirigir a los descontentos contra los causantes de sus males, lo cual éstos últimos le agradecerán enórmemente.

El estado democrático moderno, entre cuyas principales funciones está la de velar por los derechos humanos, lo que incluye educación, vivienda, sanidad y alimentación, se ve amenazado si hace dejadez de ello, como ocurre en la actualidad, y el buenista le sigue el juego cargando sobre sus hombros (e intentando cargar sobre el de los demás) esa responsabilidad. Asume pues el papel de válvula de escape para tensiones sociales que podrían amenazar seriamente el orden vigente e impuesto y que, dirigidas adecuadamente, podrían dar un vuelco a la situación.

Para terminar, el buenista suele contar con la simpatía de las mayorías. Su discurso se refiere a asuntos cotidianos que todos entendemos fácilmente, y el hecho de asumir que es bueno ser bueno, que la intención es lo que cuenta, le concede patente de corso para pintar un mundo donde la regla de oro del budismo, trata a los demás como quieras ser tratado tú, es el medio y el fin a alcanzar. Es evidente que la regla en cuestión puede considerarse a nivel de relaciones personales, pero que resulta totalmente inadecuada para plantearse en el marco de las relaciones entre fuerzas sociales, donde la regla es el juego del poder y la gestión y control de los abusos por parte de élites, económicas o de otro tipo. En este ámbito la moralina está fuera de lugar y se requiere trabajar con datos concretos y fiables, estrategias claras y convicciones firmes, un trabajo complicado en un mundo con pocas certezas.

El buenismo también es un recurso muy utilizado por arribistas políticos sin ideas propias ni ajenas, pero estos constituyen un caso patológico que dejamos para otro artículo.